Libro I: Los Pilares del Imperio

Las briznas de hierba que en derredor de las piedras crecían eran mecidas por la brisa de verano. No había lugar en aquel valle que pudiera rehuirle al sol, si no era bajo los toldos que se había colocado sobre el anfiteatro con motivo de la reunión del Senado. Apenas a media hora de la ciudad principal, había el suficiente silencio ahí para que veintinueve hombres pudieran oír la voz de uno solo que, al centro de la construcción, exponía su punto de vista sobre la nueva alianza que debía ser formada. Sólo de vez en cuando el grito de un pájaro cruzaba el cielo, pero la distracción no era lo bastante grande como para apartar a los hombres de su pensamiento.
El único que se permitía distraerse era Vinicius, que trataba de adivinar por el sonido qué especie de pájaro le volaba sobre la cabeza. Su opinión era de peso, sí, pues nunca hablaba sin pensar tres veces en su idea, pero al menos en lo que respectaba a la nueva alianza él no tenía nada que decir. Sabía perfectamente cómo proceder, y a quiénes acudir. Y, siendo él el más allegado al Emperador, la decisión que tomase y cómo la haría llegar era vital. Así que, con tranquilidad, pretendió oír las apasionadas recomendaciones de su compañero de tomar el curso de acción más seguro y amistarse con el más poderoso posible.

Sólo volvió a atender cuando escuchó al siguiente orador tratar sobre un tema que no habían tocado en mucho tiempo: el de los problemas internos.
-Cómo pretendemos formar una alianza que nos fortalezca, si entre nosotros mismos nos rasgamos a pedazos?? Para lograr que otros Imperios nos vean como amigos, debemos primero ganarnos a nuestra propia gente. Seamos honestos, compañeros, al menos con nosotros. Podemos cubrirnos los ojos con las vendas de la apariencia, pero eso no hará que las rebeliones en occidente desaparezcan.-
Vinicius frunció el ceño, recogiendo su toga en las rodillas para no ensuciarla con el polvo del suelo. Era verdad. Desde hace un par de meses les llegaban los avisos, como el humo saliendo de un volcán dormido, pero ellos los ignoraban diciendo que "es cosa pasajera, es el calor". El calor no incendiaba los graneros para saquear luego lo que quedaba. El calor no destruía las estatuas de los dioses. No era el calor, era una enfermedad que como un cáncer se empezaba a esparcir por el Imperio. Aquella parte del pueblo, en un lugar remoto y aislado, se sentía fastidiado... pero averiguar el porqué les tomaría mucho tiempo. Más del que tenían, tal vez.

Habría que recurrir a métodos menos diplomáticos.
Vinicius se levantó para sentarse escalones más arriba, como si quisiera ver mejor, pero en realidad desvió su atención hacia el campo de entrenamiento que a cierta distancia del anfiteatro estaba siendo usado por dos escuadrones de la milicia local. Aunque muchos de esos soldados venían de las mismas tierras de occidente, el senador estaba seguro de que no dudarían en reprimir los impulsos rebeldes si así lo precisaba el Imperio.
Pero podían ser algunos de ellos los portadores de la enfermedad.... No, era muy pronto para eso. Vinicius sacudió la idea de una conspiración de su cabeza. Algo así no se organizaba sin que hubieran goteras, al menos una pequeña filtración. Pero... sí les habían llegado los indicios.
Al menos había un hombre en el que sabía podía confiar para ese problema.

Vinicius esperó a que el último de los oradores se sentara y salió del anfiteatro con los demás, dirigiéndose al campo de entrenamiento. Si tenía un poco de suerte, Aelius estaría en descanso. Y si no... bueno, siempre podía sentarse a mirar.

Hacía calor, más que de costumbre. Y no necesariamente hablaba del clima.
Aelius miró a sus hombres, que luchaban con sus espadas y escudos, practicando nuevas tácticas y golpes que su general les había indicado días atrás.
-Vamos, con fuerza!! Paulus, no bajes la defensa!- Se acercó al soldado joven, que había llegado meses atrás como cualquier otro novato con pensamientos de gloria y que, ahora parecía más un luchador digno del ejercito romano. -Sube más el codo, así. Así estarás más estable...De esta manera no te derribarán tan fácil.- En un segundo empuñó su espada y le dió tremendo golpe al escudo que el soldado sostenía inadvertido, pudiendo soportar la fuerza.
-Ven? Métanselo en la cabeza de una buena vez!! Que en el campo de batalla el enemigo no se detendrá si están mal colocados!!-
-Si, señor!- Respondieron todos al unísono ante los gritos del general, para luego seguir con su práctica. Paulus, todavía sorprendido, miró a Aelius con algo de reproche, pero continuó de todas maneras.

-Bien, bieen, suficiente!! Den tres vueltas a la arena y terminamos por hoy!- Ordenó, observando los suspiros de cansancio de sus hombres. Era bueno el entrenamiento duro y diario de sus legiones, pero mantener arriba la moral era igual de importante, por lo cual era necesario medir la paciencia y energía de los soldados.

El senador llegó al campo de entrenamiento y se detuvo bajo un árbol a observar a los soldados. Sonrió para sí, recordando cuando de niño jugaba a ser un centurión, pero al crecer y probar la vida militar había caído en la cuenta de que no era precisamente lo suyo. A él iba el pensar, el habla, no el filo de la espada y la gloria. Sin embargo aún se permitía imaginar las batallas en momentos como ese, cuando las legiones entrenaban y él no tenía nada en lo que pensar. O al menos, nada importante.

Finalmente notó a su amigo, que acababa de dar una indicación a un soldado aparentemente nuevo. Esperó a que los otros se alejaran y se acercó caminando a él, recogiéndose la toga porque lavarla era un dolor de cabeza.
-Sólo tres vueltas? Viniendo de ti, es un regalo de los dioses- le dijo a modo de saludo, deteniéndose a su lado. -La última vez que vine estaban repasando las formaciones. Ya terminaron con eso?-
Sí le interesaba, a diferencia de sus otros compañeros, lo que pasara con la milicia. Sabía que el Senado era la cabeza del Imperio, pero el ejército eran la espada que lo defendía. Sólo con ideas no se detenía a los bárbaros.

Una voz lo hizo volverse y volver a colocar su espada en su vaina.
-Ah, Vinicius, amigo. De hecho nos saltamos esa parte hoy. Regalo de los viernes, por así decirlo, jaja!- De hecho el trato era, que si trabajaban duramente en la semana les daba un motivo para celebrar ese día. Ahora de seguro sus soldados se irían a disfrutar la tarde y noche como más les pareciera.
-Al parecer ya acabó esa reunión. Nunca te aburres de oir las mismas palabras, salidas de las mismas bocas impertinentes?- Preguntó, acercandose unos pasos hacia los soldados que iban terminando las vueltas a la enorme arena.
-Los que acaban, se pueden retirar!! Y como siempre, quiero a diez de ustedes para vigilar las calles!!- Siempre había problemas con ésto, ya que todos querían su noche libre. Por lo general era Aelius el que los asignaba, pero a veces tenía que enseñarle compañerismo a sus hombres.
Luego se volteó y siguió hablando con su amigo.

-Palabras iguales pueden tener diferentes significados, Aelius, según la intención con que se digan. Pero nuestras reuniones no son tan aburridas. Es más, hoy discutimos un tema especialmente interesante, que es por lo que vengo a conversar contigo.-
Vinicius suspiró y empezó a recapitular la parte importante de la reunión: el problema de los rebeldes. Le contó en dónde se creía que se había originado, los patrones observados en los actos de violencia... Y, un poco en voz baja, sus propias teorías.

-No quiero alarmar a nadie, pero ésto no me parece una cosa pasajera. Está organizado, mal que bien, y todo aquello que piense es digno de desconfianza... sobretodo si amenaza la seguridad del Imperio!- Al poder contárselo a su amigo se sintió mucho mejor, pero la preocupación aún estaba ahí.
-Tú qué piensas? Debería alertar al Emperador, o es muy temprano?-

Aelius escuchaba a su camarada con atención, tratando de encontrar la mejor solución por el momento.
-Entiendo tu punto, Vinicius. Tu razonamiento es válido si se mira con ciertos ojos, como los de tus compañeros. Y aunque comprendo la gravedad de la situación, bien creo que no hay que cometer imprudencia alguna. Digo que en efecto debemos prevenir al emperador, pero de manera que piense que es solo vulgar bandalismo y no motivo de angustia.-
Aelius puso sus manos en su cadera, mirando al otro hombre seriamente.
-Ya que opino que el fuego puede ser apagado con un poco de presión de mis hombres, pero para esto necesito su autorización. Dime, quisieras discutir este tema más a fondo en otro lugar? No siento que, aquí en esta arena, sea el lugar adecuado para un asunto de tal delicadeza.-

Suavizar la situación, sin cambiar la verdad... Sí, podía hacer eso. No estaba faltando a ninguna ley o voto, así que no importaba.
Escuchó la sugerencia del comandante, asintiendo levemente tras darle una última mirada a los soldados que se perdían corriendo por el campo. No era conveniente que los oyera nadie. Las palabras cogidas del viento llegaban deformadas.
-Ya que estás libre, y yo también, busquemos un lugar más discreto. Podríamos almorzar juntos!- sonrió, porque las reuniones del Senado le daban hambre.
-Te ofrecería ir a mi casa, pero apuesto lo que quieras a que mis sirvientes no han hecho el mercado aún. Se toman todo el tiempo del mundo para esas cosas, ¡como si uno no necesitara comer!-

-JAJAJA!- El comandante dio una buena carcajada, sonora, como acostumbraba. Oh esos sirvientes de Vinicius...lo que le faltaba era mano dura para educarlos!
-Pues vamos a la mia! Mis sirvientes son más diligentes que los tuyos, de seguro prepararán un banquete.- No eran más diligentes, sino más temerosos a su espada. Tampoco es que era un tirano, pero servir para el general del ejercito agallinaba a cualquiera.
-Llega dentro de una hora. Yo iré a mi recinto y me daré un buen baño.- Dijo, mirando su armadura llena de polvo y sudor. -Allí discutiremos del asunto que tengas en mente, amigo. Hasta entonces, vale.- Se despidió, dándole unas palmadas en el hombro y recogiendo su escudo de la tierra.

("vale" era una expresión que usaban en cartas y conversaciones, para despedirse, es como un "que estés bien")

(me culturizas 8D)

-En una hora será. No estaré tarde- prometió con una sonrisa antes de retirarse, pensativo pero tranquilo. Era bueno contar con un amigo en el ejército. Si las cosas se ponían muy mal, ya tenía a quién recurrir.
Se dirigió de vuelta a la ciudad, uniéndose pronto al grupo de senadores que más rezagados habían quedado. De camino discutieron un par de leyes pero sin darle demasiada importancia, y pronto Vinicius los dejó para tomar la calle a su propia casa.
Le gustaba su vivienda. Había procurado tener plantas alrededor, pues el verde lo ayudaba a pensar. Era ordenada en la medida de lo que se podía, con los sirvientes que le había tocado qué se le iba a hacer.
Fue a bañarse también, aunque no se sentía sucio, tan sólo para andar presentable al almuerzo. Tras un rato de pensar en el agua, salió y se vistió. A la salida paró para coger una jarra de vino, algo debía llevar.

Finalmente se detuvo frente a la casa de Aelius, esperando pacientemente que alguien lo fuera a recibir.

Aelius miró a su amigo irse, estirándose y mirando hacia el cielo.
-Veamos hacia donde nos lleva esto.- Dijo para sí, dando media vuelta y comenzando a caminar hacia la entrada de la arena, en donde estaba todavía atado su caballo. Se montó al animal de pelaje café y emprendió su camino.

Al llegar a su casa, le dio instrucciones a sus esclavos y se sumergió en el agua caliente llena de sales. Al estar limpio, luego de un rato, salió, se vistió con algo casual y prendió incienzo a la estatua de Atenea que tenía en uno de los pasillos.
-Permiteme llegar al fondo de esto, y sin altercado alguno.- Le rezó a la diosa y partió hacia la entrada de la casa, en donde miró a Vinicius esperando afuera.
-Es imposible que alguien me avisara sobre su llegada?! Por Zeus, que clase de sirvientes me han dado...- Abrió la puerta y lo recibió.
-Vinicius! Pasa, lo siento si te hice esperar.-

El senador inclinó la cabeza como saludo y entró respetuosamente, dejando la jarra de vino a un lado.
-Descuida, llegué hace poco. Lo que sí, estoy con un hambre terrible. Es como si no hubiera desayunado.- Claro que había desayunado, sólo que a las prisas. Así no había quién disfrutara de la comida.
Miró alrededor, satisfecho de comprobar que la casa de Aelius era tanto o más ordenada que la suya propia. Digno de un militar, ciertamente!
-Te comentaré, la hija de mi hermano se ha recibido de vestal. Pero la niña pedía y pedía que la dejaran entrar al aprendizaje, nunca he conocido a una muchacha tan joven que le tuviera ganas al oficio.-

Aelius hizo señas a uno de sus sirvientes para que recogiera la jarra de vino y así llevarla a la mesa del banquete.
-Por aquí.- Dijo, poniendole una mano en la espalda y dirigiendolo a la habitación.
-Oh, enserio? Me alegro mucho por la joven, ya que es un gran honor!- Era hermoso ver a una muchacha irse por un buen camino, no terminar en las manos de un hombre despreciable y sin gloria alguna.
-Si heredó tu misma dedicación y audacia, estoy seguro entonces que le irá de maravilla.- Comentó, entrando al lugar donde se iba a lelvar a cabo el pequeño festín. Aelius se sentó en un lado, procurando que Vinicius se sentara a su lado.
-Sirvan el vino por favor...Hablando de vinos, agradezco tu regalo. Estoy seguro que será de mi agrado.-

-Es un buen vino- aseveró, sentándose al costado de su anfitrión para poder conversar mejor. -Lo traje de los viñedos de mi familia cuando fui a visitarlos, hace un par de años ya... Desde entonces he estado planeando en volver a verlos, pues las cartas circulan lentas, pero con el trabajo viajar es simplemente imposible. A veces me gustaría estar en tu situación, amigo, sé que a ti y a tu escuadrón los mandan de campaña cada cierto tiempo.-

Vinicius hubiera disfrutado también ser cronista o historiador. Al menos eso creía. Su Emperador siempre ponía buen cuidado en mandar al menos un cronista junto con cada batallón a las guerras, para que al final se pudiera construir una buena historia con todos los pedacitos de sucesos recopilados.

-Pues, Vinicius, eso es fácil de arreglar.- Le comentó, dándole una palmada en la espalda, para luego tomar su copa de vino y saborear el primer trago. -En efecto, una buena cosecha!-
Se volteó más a su amigo, mientras los sirvientes terminaban de dejar la comida.
-Hablaré con el emperador. Mira, dentro de poco iremos a la frontera sur a una expedición. Lo convenceré de que necesitamos un hombre justo y que conozca las leyes para que llene de sabiduría al pueblo. Cuando me pregunte a quién recomiendo, te nombraré.-
Tomó otro sorbo de vino.
-Esta vez si puedo garantizar tu seguridad, ya que es una siemple misión de unas semanas.-

El cónsul se deleitó con el delicioso olor del almuerzo que le ofrecían, respirando una bocanada de aire con placer. Cocinaban muy bien, los sirvientes de Aelius! Vinicius podía quejarse de sus propios sirvientes. Eran perezosos, la verdad, pero no los despedía porque simplemente no tenía tiempo de buscar otros nuevos. Además, para el poco tiempo que pasaba en casa, la verdad no importaba mucho.

-Si lo haces te estaré siempre agradecido!- sonrió en respuesta al ofrecimiento del otro, irguiéndose más para poder comer. Por lo general comía sentado, no echado. Se podía permitir ese pequeño detalle en la mesa porque, en realidad, se le dificultaba pasar la comida de otra manera. Y Vinicius sabía que Aelius sabía, así que todo estaba bien.
-Mientras más viaje, mejores serán los juicios que emita. Al menos, de eso estoy convencido. No basta leer sobre las leyes, hay que saber cómo las vive el pueblo para poder decidir con justicia.-

-Me parece que piensas bien. Es diferente estar arriba, donde se crean las decisiones, que estar abajo, obedeciendolas...y en nuestro caso, haciéndolas valer. Así entonces se comienzan a conocer los límites del poder que se nos ha entregado.- Respondió, comenzando a probar el banquete. No dijo nada de la posición de su amigo, ya que estaba acostumbrado a tal comportamiento. Tampoco era que le molestaba, mientras disfrutara la comida que le ofrecía, todo estaría bien.
-Probablemente tú también aprendas muchas cosas en el camino. Las personas son diferentes, todo cambia de color en una zona que sólo conoce el trabajo y placeres simples como la alegría de la buena cosecha.-

-Siempre me pregunté cómo sería labrar la tierra!- confesó Vinicius con una sonrisa divertida, porque no era algo que a un cónsul debía interesarle.
-Sé que está muy fuera de mis ligas o las tuyas, pero justamente por esa felicidad de ver el trabajo dando frutos... Frutos reales, ya ves, que se comen. Ese hacer crecer algo, con ayuda de los dioses, de una semilla... Debe ser muy satisfactorio llegar a cada temporada de cosecha con la sensación de haber cumplido bien el trabajo diario.

Tras contarle eso, empezó a comer con educación. Todo estaba muy bueno, sobretodo el pan. Vinicius tenía cierta debilidad por las harinas que le hacían muy difícil mantener la figura que debía mantener. Pero lo lograba, después de todo, porque por más que amara toda la pastelería por lo general andaba tan enterrado en sus cosas que se saltaba las comidas.
-Aelius, ésto está delicioso. Tus sirvientes realmente saben cómo cuidar de una casa. Me gustaría poder decir lo mismo de los míos.-

-No estoy seguro de ello. Si, es un trabajo que da honra al hombre, pero la cantidad de trabajo que se paga por esa calidad de vida...Para mi no es suficiente.- Claro, si su padre también había sido militar, así que nunca había conocido otro tipo de labor...ni era bueno para cualquier otra cosa que no fuera dirigir a sus hombres y jugarse la vida en el campo de batalla.

Aelius siguió comiendo, disfrutando más que todo la pierna de jabalí que estaba enfrente suyo.
-Me alegra oirte decir eso. Y con respecto a mis sirvientes...Vinicius, sólo necesitas mano dura a la hora de dar órdenes! No vaciles al ser firme y demuestrales quien es el que manda. Claro, que no olvides ser gentil de vez en cuando y felicitarlos cuando han hecho algo bien, desde luego. Pero todo en todo, esto no es fácil. Pero si sigues mis consejos, tendrás buenos sirvientes en poco tiempo.- Levantó su copa y bebió.

Vinicius dejó el tema de la agricultura a un lado y durante unos minutos se dio el tiempo de saborear la comida. Asintió silencioso a los consejos de Aelius, considerando seriamente el hacer eso. No le gustaba ser excesivamente duro con los que trabajaban para él, pero dadas las circunstancias iba a tener que tomar medidas.
-Verdaderamente, tienes razón. Tendré que probarlo cuando regrese a casa.-

A mitad de la comida, al estar los dos más tranquilos, el cónsul abordó el tema por el cual se encontraba de visita.
-Como te dije más temprano, éste tema de las rebeliones me parece un asunto de cuidado. Ya tomé la decisión de informar al Emperador al respecto, pero en términos menos alarmantes para no entrar en un estado de emergencia prematuramente. Sólo espero que no se agrave para que no tengas que entrar en acción, Aelius. Sería una pena movilizar al ejército por algo aparentemente tan trivial... Sin embargo no puedo dejar de pensar que es o va a llegar a ser necesaria una pequeña manifestación militar...-

Aelius escuchó con cuidado a su amigo, saboreando su vino mientras pensaba y analizaba la situación. Como habían dicho más temprano, no era para tomarse a la ligera.
-No, si, claro. Si las circunstancias han llegado al punto de preocupar al consejo, entonces un poco de mano militar no le haría daño a nadie. Y estoy de acuerdo con la decisión. Primero que todo, llevaré a un pequeño escuadrón para revisar los posibles lugares más vulnerables para ataques de este tipo. Espero que baste con esto para controlar la situación. Cuando el emperador me de su consentimiento, nos movilizaremos el tiempo que sea necesario.-
Señaló a un sirviente para que volviera a llenar las copas.
-Mientras tanto, me gustaría, Vinicius, que me mantuvieras al tanto de las discuciones en el consejo.-

Sí, el Emperador daría el permiso. Vinicius sabía lo cuidadoso que podía ser para con los asuntos de su Imperio, por ese aspecto no había que preocuparse. Pensar que Aelius lo apoyaba lo alivió sobremanera. Sabía lo estricto que podía ser su amigo y, con él a cargo de la situación, los brotes rebeldes cesarían... al menos por un buen tiempo. Claro que, si era algo organizado como sospechaba, volverían a juntarse en otra parte y vuelta a empezar.
-No te preocupes, te contaré todo lo que respecte a éste tema. Tanto lo que discutimos en el Consejo como rumores que pueda oír- le prometió a su amigo, bebiendo algo de vino para pasar la comida.
Vinicius siempre tenía problemas con la comida. No era que no le gustara, es más, era poco selectivo al sentarse a la mesa. Pero siempre parecía que no podía pasarla bien, por más que la masticara, y tenía que beber mucha agua. Con el tiempo se había acostumbrado y no se atragantaba con frecuencia, pero a veces podía ser francamente molesto.

-Tal vez no baste con reprimirlos... Para matar una serpiente, hay que cortarle la cabeza- pensó en voz alta, dejando la copa a un lado y comiendo un poco más.

-Jaja! Mucha razón! Pero todo esto no está en nuestras manos al final de todo...sino en las del emperador.- Volteó a una de las sirvientes, quien veía con un leve rubor a su amigo Vinicius.
-Oye, amigo. Dime, piensas contraer nupcias pronto? (Asumiendo que no estaba casado ya XDU) Cualquier dama desearía a un miembro del consejo como su marido. Podrías escoger a la que quieras.- No le hacía mucha gracia sus propios comentarios, pero no sabía exactamente porqué. Tal vez porque sus propios padres le repetían una y otra vez que se volviera a casar. Pero luego de la muerte de su primera esposa, no le tenía tanto gusto a la idea.

( ya estuvo casado! le gasp!)

(DUNDUNDUNNN)

-Nupcias, yo? Qué cosas preguntas... Realmente no lo creo, Aelius. Si apenas tengo tiempo para mí, no sé si podría mantener contenta a una mujer.-
Vinicius no estaba exagerando. Su trabajo era realmente su vida. En pocas ocasiones se permitía acudir un almuerzo en el que no tuviera que discutir temas relacionados al Imperio, y durante esas raras ocasiones se la pasaba pensando en su trabajo. Y en esa época más que nunca, pues con los problemas que traían los rebeldes y las nuevas alianzas que había que formar, el cónsul no tenía tiempo de nada.
-No, no. Al menos no ahora. Tal vez cuando las cosas estén más tranquilas, pueda empezar a pensar en ello... pero no ahora.-

-Cuando las cosas estén más tranquilas, dices? Sabes que este es un trabajo de nunca terminar, Vinicius. Sólo te lo digo por tu propio bien.- Aunque...debería seguir su propio consejo.
-Bueno inclusive si es así, deberías hacerlo para tener por lo menos un primogénito. Quién cuidará de ti cuando envejezcas? A quien dejarás tu poderío y riquezas? Quién velará por el honor de tu familia? Como dije antes: es por tu propio bien.-
Partió una hogaza de pan y masticó por un instante, pensativo.
-De hecho quería presentarte a varias mujeres como un favor, pero el praeceptor de Marcus pronto vendrá para dejarlo en casa. No quería que presenciara escenas que un niño no debe de ver...Por si acaso las cosas se "armonizaban", si me entiendes.- Su hijo Marcus, de diez años, no era inocente ni débil, pero Aelius quería que su pequeño no aprendiera de esos asuntos hasta que fuera adolescente.

( tiene un hijo! le gasp!)
(nota cultural: un praeceptor era un maestro que se encargaba de llevar al niño a la escuela, enseñarle todo el día, y dejarlo en casa de nuevo)

El tema del primogénito tal vez debía preocuparlo. Era verdad, quién continuaría con su nombre y su herencia al morir él? A alguno de sus alumnos, suponía.
-Si no llego a tener un hijo, le dejaré mi legado a mi estudiante de más confianza. Despreocúpate, Aelius, tarde o temprano conseguiré una mujer. Tampoco me estoy apurando, en éstos temas no es bueno correr.- A su juicio, apurarse era lo último que debía hacerse. Si no había remedio pues sí, aceleraba las cosas, pero su ritmo normal era calmado. Como su pensamiento.
Escuchó las ideas de su amigo con una sonrisa, y comió un poco más. No quería dejar decaer la conversación, pero los alimentos estaban tan buenos...
-Comprendo. Prometo venir más temprano a la próxima para no arruinarte en plan- le respondió en tono de broma, tomando un trozo de pan.